Día a día debo enfrentarme a ti, a tu mirada...a la certeza de que nunca fuiste mío ni lo serás.
Cada día toca disimular que me importas, que me dueles...toca crear frágiles muros de sonrisas para ocultar las lágrimas acumuladas, las mismas que poco a poco comienzan a inundarme por completo y acabarán por derramarse de un modo u otro.
Por que la nocturnidad invernal nos arropó en la ínfima cantidad de noches que me tuviste, que me entregué a ti...noches en las que creí ver mis ojos reflejados en los tuyos, en las que tus brazos me acogieron calidos y tus labios resultaron más dulces de lo imaginable al contacto con mi piel.
Mi cuerpo, mi alma y mi corazón están ahora llenos de surcos.
Surcos que dejaron tus dedos al recorrer mi piel, que trazaron tus besos en mi ser... que tus palabras grabaron en mi corazón.
Pero el camino continúa.
Solo has sido un bache, un desafortunado tropiezo que me hizo caer en un charco de fango más profundo de lo esperado.
Pero la línea del horizonte vuelve a perfilarse ante mis ojos, poco a poco me ubico, me dispongo a alcanzar la orilla...me deshago de ti.